La alimentación de los niños
es algo fundamental para su desarrollo físico y mental. Esta frase puede
resultar obvia, pero no está de más insistir en ella, especialmente ahora que
empieza el curso y los niños retoman su ajetreada rutina: colegio, deberes,
actividades extraescolares... A priori, que los pequeños coman todos los
alimentos que se les ponen en el plato y que adquieran desde la infancia buenos
hábitos de alimentación que mantengan de por vida no es algo sencillo, pero
tampoco es imposible. ¿Qué han de hacer los padres y familiares para fomentar
una alimentación sana y equilibrada y no desistir en el intento cuando los
niños rechacen ciertos alimentos? La clave está precisamente en eso, en no
rendirse.
"El estado de salud
depende de los hábitos de estilo de vida, como la alimentación o la actividad
física, y es en la infancia cuando es más fácil adquirir y modificar los
hábitos», afirma Luis Miguel Luengo Pérez, vocal del Comité Gestor
del Área de Nutrición de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición
(SEEN). De modo que "cuanto más tarde en el desarrollo, más difícil es
modificar los hábitos, por lo que desde la primera infancia deben estar creados
los hábitos y no esperar a la adolescencia, que será más difícil", añade
este experto.
Es importante conocer qué y
cuánto deben comer los niños según su edad y cómo ha de ser la introducción de
los alimentos según las distintas etapas. Teresa Cenarro Guerrero y Ana
Martínez Rubio, pediatras de Atención Primaria y miembros del Grupo de
Gastroenterología y Nutrición de la Asociación Española de Pediatria de
Atención Primaria (AEPap) explican cómo es este proceso.
Los dos primeros años
"El primer año de vida
es un periodo de crecimiento máximo, se triplica el peso al nacer y se crece
una media de 25 centímetros", informan las especialistas. Hasta los seis
meses, el alimento que necesitan los bebés de manera exclusiva es la leche
materna. No necesitan nada más. Después, a partir de los seis meses, la leche
materna seguirá estando presente, pero ésta por sí sola no aportará todos los
nutrientes, por lo que se deben ir introduciendo alimentos variados. Esta fase
se llama alimentación complementaria, es decir, complementa a la leche materna,
que seguirá siendo el alimento principal.
Durante algunos años se ha
retrasado la introducción de algunos alimentos para prevenir alergias. Sin
embargo, esta medida no ha demostrado su eficacia. "Ahora se sabe que, a
partir de los seis meses, existe un periodo de tolerancia y, si los alimentos
se ofrecen de manera precoz, vamos a conseguir la tolerancia a los alimentos.
Por eso, la tendencia actual es introducir de una manera precoz y
progresiva", señalan.
El orden de introducción de
los alimentos no es rígido. Lo mejor es ofrecer lo que los padres estén
comiendo, siempre que sean alimentos blandos, bajo vigilancia, y no alimentos
duros con los que podrían atragantarse. "Aunque utilizamos de forma
transitoria y hasta que el niño esté más maduro los purés, es adecuado introducir
trocitos de alimentos que los niños puedan coger con sus manos de manera
precoz, mejorará la alimentación futura y supondrá un fortalecimiento de los
músculos masticatorios, lo que favorecerá la masticación, dentición e incluso
el lenguaje", aseguran.
En el caso de los alimentos
derivados de la leche de vaca, no se deben ofrecer hasta los nueve o 10 meses.
No por el riesgo de alergias sino por el riesgo de ferropenia (disminución del
hierro en el organismo), ya que puede originarse de forma precoz. La mejor
manera de introducir los alimentos, aconsejan estas expertas, es ofrecer al
niño lo que haya en casa . "A los niños les llama mucho la atención lo que
comen los de alrededor. Por ello, hay que dejarle que toque los alimentos, que
los huela, se los lleve a la boca...".
Desde los 12 hasta los 24
meses, la alimentación debe ser una dieta completa y equilibrada con alimentos
naturales y cocinados en casa. Tal como explican las pediatras, hay que
insistir en verduras, frutas, legumbres, pescados, lácteos y todo lo que se
coma en el hogar, siempre y cuando se esté vigilando el exceso de azúcares y
grasas y, por supuesto, evitando los alimentos que puedan producir
atragantamiento.
A partir de los dos
años
Una etapa clave es a partir
de los 2/3 años. Desde este momento y hasta la preadolescencia, el crecimiento
es más lento, por tanto, en proporción, se come menos cantidad que en los dos
años anteriores. "Esto hay que tenerlo en cuenta ya que muchos padres se
agobian pensando que sus hijos se vuelven malos comedores, cuando es algo
fisiológico. A esta edad, el crecimiento, en ocasiones, va a picos, por lo que
unas temporadas se come más que otras. "No se crece porque se come, se
come porque se crece" informan las pediatras.
De este modo, "el niño
puede decidir cuánto comer pero no qué comer", es decir, "la cantidad
depende de la etapa en la que se encuentre el niño y del metabolismo de cada
uno", afirman. Los niños, a partir de los 2/3 años, ya pueden e incluso
deben comer de todos los grupos de alimentos, salvo los de pequeño tamaño y
redondos como los frutos secos, las aceitunas, los caramelos, algunas patatas o
snacks redondos que tienen gran riesgo de atragantamiento y los pescados azules
grandes, por la posible contaminación con metales pesados, en especial el mercurio.
Según exponen las pediatras,
son beneficiosas las verduras, las frutas, las legumbres, el pescado, la leche,
la carne, las pastas y el arroz, evitando el exceso de azúcar. Por eso, hay que
evitar los zumos de caja, los batidos, los yogures líquidos y el exceso de
grasas y sal. "Sin precocinados y que todo sea lo más natural
posible".
En estas edades, desde los
dos/tres años y hasta los seis aproximadamente es cuando los pequeños comienzan
a rechazar algunos alimentos. Además, el sentido del gusto en estas edades
puede ser muy variable: un día se pueden comer alimentos que, al día siguiente,
se rechazan.
No hay que olvidar que, a
los dos-tres años hay una fase de oposición y reafirmación de la personalidad y
esto incluye también a los alimentos. "Muchas veces se rechaza un alimento
para reafirmarse en esa fase de oposición y llamar la atención", explican
las especialistas en pediatría. Pero no hay que desistir, hay que volver a
ofrecer los alimentos rechazados.
¿Cómo convencerles?
Hay que tener en cuenta un concepto
llamado neofobia, esto es, personas que tienen dificultades para probar nuevos
alimentos. Esto puede ocurrir a cualquier edad, pero es mucho más frecuente en
los primeros años de vida. Por ello, y según indican Cenarro y Martínez, los
padres no deben pensar que la primera vez que un niño diga que no quiere o no
le gusta cierto alimento quiere decir que sea para siempre. "Hay que
insistir entre 8 y 15 veces... pero con otra presentación para que se vaya
acostumbrando y ofrecerlo cuando ese alimento se coma en casa".
A los niños le resultan más
sabrosos los alimentos con más grasas: "La grasa y la sal potencian y
vehiculizan los sabores, por eso los niños son tan aficionados a carnes
empanadas, salchichas, nocillas y tan poco a verduras o frutas, que son
alimentos sanos sin grasas", explican.
Por el mismo motivo,
prefieren la carne al pescado. Por ello, es imprescindible acostumbrar al
paladar desde los primeros años a todos estos sabores. Así, un truco para
conseguirlo es presentar el plato de manera atractiva, por ejemplo, mezclar en
un mismo plato carne y verdura e ir comiendo de manera alternativa."
Si el niño rechaza un
alimento es porque no está acostumbrado a él y nunca va a hacerlo si no somos
firmes", afirma Jesús Ramírez Cabanillas, psicólogo educativo y autor del
libro Cocinoterapia. A modo de truco o consejo: "Hay alimentos que varían
de textura al comerlos en puré o enteros como son, por ejemplo, las judías
verdes cuya piel, si están enteras, es aterciopelada y eso puede ser motivo de
rechazo. Lo mejor que podemos hacer en los primeros intentos es dárselas muy
tiernas, o pelarlas un poco con el cuchillo", recomienda el psicólogo.
Menú
de campeones
Desayuno
Se entiende por un desayuno
completo aquel que contenga alimentos de, al menos, tres grupos: lácteos,
derivados de cereales y fruta. Será un desayuno sólo aceptable si contiene dos
grupos. Es importante no repetir en el almuerzo del recreo los mismos
nutrientes que en el desayuno. Si se ha desayunado lácteo y cereal lo correcto
es no volver a tomarlos, mejor tomar fruta. Igualmente, la merienda, cuanto más
sana y tradicional, mejor. Por ejemplo, tomar un bocata (mejor con pan de
barra) de toda la vida con jamón, o con queso... O bien un vaso de leche con
una tostada o fruta, o frutos secos (si se puede por edad).
Comida y cena
Deben ser complementarias, y
permitir así una dieta equilibrada entre ellas. Por ejemplo, si se ha tomado
arroz en la comida, se deberá cenar ensalada o verdura. En la comida, se deben
incluir un primer plato con alimentos que aporten hidratos de carbono de
absorción lenta (legumbres, tubérculos, pasta), un segundo con alimentos
plásticos (carnes, pescados o huevos) y alimentos reguladores (hortalizas o
verduras) o bien combinar los alimentos anteriores en un plato combinado. El
postre debe ser o fruta o lácteo. Para la cena, se debe tener en cuenta el
resto de alimentos ingeridos a lo largo del día y es clave tomar alimentos con
hidratos de carbono de absorción lenta para tener reservas suficientes para las
horas de ayuno nocturno.
Agua, zumos y leche
Muchas veces, por las
prisas, se abusa de los alimentos líquidos como ciertos yogures, batidos y
zumos de caja. Algo que no se debe hacer ya que su contenido en azúcares es muy
alto y, además, al no masticar no se pone en marcha el mecanismo de saciedad
con lo que se induce a la obesidad. Es importante que los niños beban agua,
sobre todo, y que tomen también zumos naturales (aunque siempre es mejor la
fruta entera) y que beban leche que, aunque es líquida, es un alimento y no debe
considerarse como una bebida. Desde los dos años y hasta la adolescencia se
necesita alrededor de medio litro de lácteos diarios.
Frutas y verduras
Las recomendaciones
sanitarias indican que la cantidad de frutas, verduras y hortalizas que debe
ingerir un niño son cinco raciones diarias. Pero esta cifra está muy lejos de
la realidad. Por ejemplo, según algunos datos de un reciente estudio de LIDL,
el 39% de los niños y adolescentes en España consume fruta fresca una vez al
día y, en cuanto a verduras y hortalizas, el 31% de los niños y adolescentes
las consume una vez al día.